Hace años miraba sentado un pequeño riachuelo, oía el agua moverse, los árboles agitarse, el olor a madera y a hojas… Lo hacía desde un pequeño puente de madera que habían construido otros tiempo atrás, pese a la limpieza del lugar y de estar sobre aquella estructura empecé a sentir miedo, como si todo fuese una ilusión forzada, aquel puente, aquellos caminos por los que habían pasado máquinas cortando matorrales, toda aquella ausencia de hojas en ellos era una mentira… El puente se pudriría, las hojas caerían y aquel río ahogaría cualquier otro sonido, incluida la voz humana… Mi voz.
Observar la naturaleza es algo que te abre los ojos, si buscas eternidad regresa a aquel lugar en el que estuviste siendo crío y entenderás este término de un modo que ningún libro puede enseñarte, si quieres apreciar cuán afortunado eres de existir pasea entre árboles centenarios, sus hojas son más ilustrativas que cualquier enciclopedia… Si no quieres sentirte sólo tal vez es mejor que evites pisar un bosque. Pueden suceder dos cosas al adentrarte en el interior de uno, que te entré un ataque de pánico al reflexionar sobre este lugar apartado de la civilización durante décadas o tal vez aceptes que esa es la verdad, que el cemento armado y los circuitos eléctricos son un invento humano, perecederos, temporales, prescindibles en el mundo natural. Si el término orden tiene algún significado en este mundo es el de ciudades inundadas, terremotos y catástrofes naturales que recolocan todo a su antojo…
Si algo me gusta de la estupenda versión cinematográfica de Bailando con lobos es que hace fácil algo que a simple vista parece difícil, convertir en verdad absoluta un ferviente respeto por la naturaleza, sustentado dicho respeto en una mirada reflexiva y solitaria de esa realidad que no está construida con ladrillos y hormigón…
Termino con una cita de Michael Blake, autor de la novela en que se basó la película:
“El teniente Dunbar se había enamorado. Se había enamorado de este país salvaje y hermoso y de todo lo que contenía. Se trataba de la clase de amor que las personas sueñan con sentir por otras: desinteresado y libre de toda duda, reverente y eterno. Su espíritu acababa de elevarse y el corazón le saltaba en el pecho. Quizá fuera ésa la razón por la que el anguloso y elegante teniente de caballería había pensado en la religión.”
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