"Lolita" 1998

El lenguaje del cine es hermoso pero siempre se escapara un poco de cada ser humano al que intentemos describir, por buenos que sean los planos se olerá de pasada el aroma único que Dios nos ha dado, la cámara desmenuza la clase de "amor" que Humbert Humbert siente por Lolita en cuestión de segundos, un amor de imagenes, de instantes, creado por la madre naturaleza y que a los ojos de la sociedad recibe al apelativo de perversión.

Las nínfulas de "Nabokov" viven en algunos seres humanos, viven en la constitución más íntima de H.H. como objetos deseados, externos y al mismo tiempo necesarios a este, la llamada íntima que nadie más puede entender, como diría Zubiri "Cada hombre tiene en sí mismo, en su propio "sí mismo", y por razón de sí mismo, algo que concierne a los demás hombres. Y, este "algo" es un momento estructural de mi mismo".

El propio H. H. se pregunta cuándo nacieron estas fijaciones y duda de si no estuvieron siempre en él, sabedor de su perdición en un mundo en el que se le perseguirá y castigará vive actuando, es a través de esas imágenes y letras mediante las que el espectador / lector comprende quién es H.H., un prisionero de sus deseos al que no parece importarle su condición. Fascinante es sin duda el corto abismo que separa la apariencia de los objetos y la propia vida a través de los ojos de H. H., la disección anatómica del cuerpo femenino está presente en todo momento, en cada trozo del libro, en cada fotograma... Piel tersa, seca, bronceada, hombros, muslos, pelo, bello,...

"carne rancia"

"grasientas niñas"

Para hayar al monstruo que hay en su interior y apreciar la singularidad de H.H. no hay otra opción que la de observar su percepción de la animación del objeto (en este caso LA MUJER). Es curioso que H.H. no haga en ningún caso una descripción del "yo" de sus mujeres... Hace deducciones lógicas que pueden llevar a engaño sobre cómo estas actúan, pero ¿las conoce? ¿las ama?... No, H. H. ama una sóla cosa: el objeto, un instante justo antes del atardecer, lo más bello... Lleva también a error que a menudo se mezcla el aspecto revitalizador de la juventud con la propia fisionomía.

"Hay dos clases de memoria visual: con una, recreamos diestramente una imagen en el laboratorio de nuestra mente con los ojos abiertos (y así veo a Annabel, en términos generales como "piel color de miel", "brazos delgados", "pelo castaño y corto", "pestañas largas", "boca grande, brillante"); y con la otra, evocamos instantáneamente con los ojos cerrados, en la oscura intimidad de los párpados, el objetivo, réplica absolutamente óptica de un rostro amado, un diminuto espectro de colores naturales (y así veo a Lolita)."

La misma fijación en una magnífica escena de la película del año 97:



H.H. se "enamora" de las rosas (unas rosas muy concretas, niñas con un aura especial) y no asimila su envejecimiento... Ya nada hay en la mujer que haya quedado de la nínfula... La energía vital que desprenden estos seres es la necesidad del protagonista, ese amor que durará mil años para muchos es una botella abierta cuyo contenido se corromperá... Brillará con intensidad y desaparecerá...

"Ah, dejadme solo en mi parque pubescente, en mi jardín musgoso. Dejadlas jugar en torno a mí para siempre. !Y que nunca crezcan!."

"su cuerpo joven, en el cual aún subsistían algo infántil que se mezclaba con el fretillement de su cuerpo."

"El lector debe comprender que dueño y esclavo de una nínfula, el viajero encantado está, por así decirlo, más allá de la felicidad. Pues no hay en la tierra otra felicidad comparada a la de amar a una nínfula. Es una felicidad hors contours, pertenece a otra clase, a otro plano de sensibilidad."

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