Película - Alejandro Magno



















Los griegos mezclaban el agua con el vino como una práctica habitual, era algo lógico, tan sólo los dioses como Dionisio podían saborearlo sólo, era de auténticos bárbaros como los macedonios o los escitas degustarlo sin la mezcla adecuada, el agua aportaba la bondad y el vino el arte de la expresión oral y la lucidez, el exceso sin embargo traía la lujuria, las bajas pasiones, la decadencia…

El Alejandro Magno de Oliver Stone es un gran amante del vino, de ese vino puro que le hace perder el control sobre sí mismo y le impulsa a matar a Clito, que le hace enfrentarse a su padre Filipo, que le hace pronunciar aquel sentido discurso a las orillas del Ganges…

Borracho habla de hombres que desean regresar a casa abandonando sueños por la tranquilidad y la riqueza lograda hasta ese momento. Es la aportación de Stone a esta película, un Alejandro Magno educado por Aristóteles en el rechazo a la mitología y los héroes pero ensimismado con una vida provechosa y cultivada para los hombres libres.

Si de algo me quedo con esta película es con esa magnificencia con la que está rodeado en todo momento el protagonista, no como un rey si no como un ser humano motivado en metas etéreas que requieren toda una vida de dedicación, cierto es que detrás de Alejandro había miles de soldados pero no deja de ser su imperio una expresión individual de las metas de un único hombre.

Según la película sería el mismo vino que amaba aquel que le dio muerte, en épocas posteriores emperadores como Marco Aurelio o el rey Mitríades de Ponto seguirían regando sus bocas con vinos como el falermo. Inmensos viñedos a los pies de dicho monte que se decía habían sido concedidos por Dionisio ante la generosidad de un granjero que le dio cobijo. El vino era al tiempo peligroso y debía ser tomado con potentes antídotos que estropeaban su sabor, la época de los héroes había acabado.



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